6533b82afe1ef96bd128be31

RESEARCH PRODUCT

Vakulinchuk y Santa Teresa: pasión revolucionaria y patetismo barroco en El acorazado Potemkin

Vicente Sánchez-biosca

subject

UNESCO::CIENCIAS DE LAS ARTES Y LAS LETRASUNESCO::HISTORIAiconografía:CIENCIAS DE LAS ARTES Y LAS LETRAS [UNESCO]cine y vanguardias:HISTORIA [UNESCO]El acorazado PotemkinEisenstein

description

Quizá el gesto más decisivo de las vanguardias o, al menos, de las más radicales de entre ellas radique en un rabioso impulso de destrucción. Complementario sin duda de otros, negociado con esperanzas constructivas o regenerativas, hay algo en él que adquiere el aire de su tiempo: el asalto a la razón, la destrucción de una tradición ilustrada y humanística. Probablemente, todavía no se ha puesto suficientemente de relieve la conexión entre esa pulsión destructora en el ámbito del arte y la fantasía revolucionaria de los movimientos que atentaron contra la democracia poco después. No se trata del totalitarismo, pues éste define el minucioso proceso de reconstrucción que sucede a la toma del poder; me refiero ahora al acto subversivo, al espíritu que lo nutre y le otorga un vigor desconocido. No son, claro está, fenómenos equivalentes, pero un hilo rojo los conecta de un modo que siento inquietante. Este desnudo rasgo, esta mueca soberbia, jamás se dio con tanto entusiasmo en ningún otro lugar como en la Unión Soviética, esto es, en su vida, en su arte, en su industria y en su cine. Tal vez porque la revolución de los Soviets fue la convulsión mayor que sacudió al mundo contemporáneo, quizá también porque la idea de hombre nuevo jamás fue tan fascinantemente intolerante. La máquina en manos del obrero (y no la máquina teórica que nutría el impulso estético de Marinetti y los suyos), el arte convertido en producción que propugnaban en radical extremismo los productivistas, el artista aupado a la condición de ingeniero por la que apostó el constructivismo, la vanguardia enarbolada como proyecto de Estado ... son éstas tan extrañas paradojas que conducen a la meditación y a la perplejidad. Y Eisenstein pudo ser quien, por su condición de teórico, autor de manifiestos, cineasta formado en la tradición clásica hasta la médula y radical (en su sentido literal), lo llevara a su más alto peldaño. Y, sobre todo, que lo viviera como una lacerante escisión que necesitaba suturar, pero que el impulso creador fracturaba a cada instante. Una tenaz búsqueda, un radicalismo sin pactos, una honda formación humanística que emergía con mayor fuerza cuanto con más ahínco se la expulsaba.

http://hdl.handle.net/10550/29325